miércoles, 22 de diciembre de 2010

De la lecto escritura a la pedagogía del hacer: un cambio radical

Introducción.

En América Latina nos encontramos hoy con unos sistemas educativos que no han podido responder a los requerimientos que la democracia y el desarrollo de nuestros países solicitan a la educación, como una de las herramientas fundamentales para el desenvolvimiento equilibrado de nuestros pueblos.

Los cambios se hacen necesarios de manera urgente, no sólo por las necesidades de las gestiones administrativas y financieras, sino especialmente, porque es preciso cambiar la mirada pedagógica de nuestro actuar, después de tantos años de influencia de organismos internacionales, muchas veces ajeno a la región, que han implementado modelos que no corresponden de una adecuada manera cultural a nuestras sociedades y culturas. En esta tarea, estos organismos internacionales han contado con la anuencia de las elites tecnocráticas que se han enquistado en alguno de los sistemas educacionales de nuestros países. Necesitamos cambiar las perspectivas y obviamente a los equipos técnicos que han dirigido las reformas educacionales en nuestros países.

Hoy necesitamos contar con el concurso activo de los profesores y maestros, pues ellos, como educadores, saben donde focalizar los esfuerzos para tener una educación de calidad para nuestros pueblos. Ellos saben donde están las necesidades y donde están las soluciones.

Esta ponencia habla del rol que debemos jugar los educadores en esta necesidad de cambios. Por eso los invito a acompañarme en esta breve reflexión que con tanto gusto brindo a mis colegas los educadores.



Construcción del sentido de la realidad: tiempo y espacio.

“Mis amigos los sentidos” , es un hermoso libro que encontré en una librería en el cual se nos cuenta la necesidad de contactarnos con nuestro cuerpo, como un medio de captar al mismo tiempo esos dos maravillosos elementos de la realidad como lo son el tiempo y el espacio. Esta capacidad de contactarnos con los procesos básicos que vivimos como seres terráqueos, se pierden definitivamente en nuestros sistemas educacionales por su acendrado enfoque intelectualista, racional y menospreciador de todo aquello que nazca del trabajo con las propias manos.

Mientras más pronto el niño aprenda a leer y escribir, para descifrar nuestros códigos intelectuales trasmitidos por el sistema educacional, mucho mejor, piensan muchos, especialmente aquellos que no son educadores, sino más bien técnicos cercanos a las ciencias económicas. Con esto logramos incorporarlos rápidamente a la vida laboral, si es necesario, o lograr mayores estándares de logros de aprendizaje, que a la vista de los organismos internacionales, es garantía que lo estamos haciendo bien (¿?). Importa poco que el niño no aprenda a distinguir cuales son los árboles o plantas que conforman su entorno, o los animales mas importantes de su región o zona. Lo importante es que el niño sepa leer para descubrir en los libros lo que puede descubrir mirando a su alrededor. Este es un rodeo que cada vez me resulta más innecesario y tiendo a pensar que existe una generación de personas que no quiere escuchar o ver esta realidad. Cercenamos la existencia infantil abierta al descubrimiento, a la imaginación al contacto primero con los sentidos. Lo cercenamos para satisfacer a no se quién o que institución internacional o nacional.

El niño debe ser cada vez menos niño, y aprender a ser un adulto en chico, pero con la seria dificultad de no haber tenido la experiencia del tiempo y el espacio en su forma original, es decir a través de la utilización de los sentidos, sus propios sentidos. O dicho de otro modo, no saben captar el tiempo y el espacio con sus propias manos, aquellas maravillosas manos, ojos, oídos, gusto y olfato con el cual Dios nos dotó para descubrí el universo que nos rodea.

Cada día más convencido que la lecto-escritura nos cercena el cerebro en términos de desarrollar nuestra capacidad de diseño pero lo más grave es que nos cercena la capacidad de sentir nosotros mismos desde que somos muy pequeños, como originalmente se nos da la naturaleza, sin influjos de pensamientos intelectualistas.

No cabe la menor duda que por el camino del desarrollo acendrado de la lectura y la escritura (y por supuesto el cálculo) nuestros niños difícilmente podrán alargar su educación parvularia o prebásica (aquellos pocos que la han tenido), con todo lo que ella significa de trabajo con los sentidos y especialmente con la imaginación. He dicho en otras partes, que es preciso parvularizar la educación básica, para mantener el máximo de tiempo a nuestros niños con la candidez que les permite el juego, el encontrarse y maravillarse frente a lo magnífico de las estrellas, las olas o sencillamente un pájaro que vuela. Somos tan “adultos” que no nos cabe en la cabeza que un niño en esta etapa tenga la capacidad de jugar hasta el cansancio, solo por el hecho de jugar, sin que tenga algo que aprender. No somos capaces de dejarlo con grandes espacios de libertad e imaginación, sabiendo que al momento de crecer tendrá que cargar con el pesado fardo de las normas sociales que nos impone, de una manera tan poco creativa, nuestra sociedad.

No queremos o no queremos saber que la disciplina y la normatividad llegan por su propio peso, por la propia necesidad que tiene la sociedad de normar su vida interna, y nos hacemos cargo, antes que sea necesario, de imponer en la escuela, en la sala de clases, esas normas.

¿Cómo vamos a tener niños desordenados y que además no sepan distinguir la A de la B y el dos del tres? Hace pocos días atrás me subí a un taxi, aquí, en la ciudad de Santiago, y le comenté al chofer sobre lo hermoso que eran unos árboles ubicados en la avenida que recorríamos en nuestro trayecto. Me prestó poca atención y le insistí en el hecho de la hermosura de esa manifestación de la naturaleza, en una ciudad que no se caracteriza por su frondosidad. Con sorpresa me dijo que el jamás miraba los árboles ya que los encontraba “fomes” (aburridos), ya que no tenían movimiento y que el prefería mirarlos en las películas o en la televisión. Le pregunté de inmediato si en la escuela le habían enseñado a mirar las hojas de los árboles, o sencillamente a mirar la naturaleza y para una nueva sorpresa mía, me respondió que no, que jamás le habían dicho que observara nada. Nada. Nunca le enseñaron a observar y mucho menos a observar la naturaleza. Increíble, pensé, que ni siquiera sepa como se llama un árbol, cuando estamos al lado de ellos, como caminantes de un camino en el cual tenemos historias que nos son comunes. Y pensé, cuanto de los árboles sé yo mismo y me di cuenta que es nada o poco lo que se sobre la naturaleza que me rodea, al igual que poco se sobre los animales, nuestros hermanos menores, al decir de San Francisco de Asís.

El taxista de mi relato era tan ignorante como yo, por un pecado de lesa humanidad: habernos despojado de nuestras raíces más originales, es decir, el contacto con la naturaleza y los animales y como consecuencia de ello ser extranjeros para nuestro propio cuerpo, el cual habitamos, pero con el cual no somos un todo integrado y homogéneo. Por eso, creo yo, que existe tanta locura el día de hoy, tanto profesor enfermo, desraizado, partido en dos, como decía Laing, al referirse a la esquizofrenia, en la cual una parte tiene sentido de la realidad y la otra es sólo imaginación vacía de contenido real, sin cable a tierra, sin cuerpo, sin tiempo y espacio.

Por eso resulta importante la pregunta sobre el significado de la A, B, C, D o el uno dos tres o el orden que podamos mantener en nuestro sistema educacional y en nuestros salones de clases. Una mirada tradicional diría que son muy importantes, casi indispensables para la vida; sí, y en algo estamos de acuerdo, pero no para la vida del niño, el cual necesita tener aprendizajes básicos, más primitivos y diversificados, más cercanos a sus sentidos, a sus propias nociones y vivencias del tiempo y el espacio personal, antes de caer en la escolarización que necesariamente deberá asumir mas adelante.

Subjetividad e ínter subjetividad. La intuición como forma de conocimiento de lo esencial.

Una pedagogía que niegue la subjetividad no es pedagogía. El acto pedagógico es al mismo tiempo que enseñar, un aprender activo de parte de los alumnos. No existe aprendizaje pasivo en educación. Siempre es activo, por el sólo principio de la intencionalidad de la educación, es decir, la educación siempre es un acto consciente, dirigido hacia la producción de un aprendizaje en el educando. En este sentido, todo o casi todo aprendizaje que se produce al interior de la escuela tiene una dosis fuerte de actividad promovida y condicionada por el profesor.

La idea, por lo tanto, de la presencia de la subjetividad y el juego de las ínter subjetividades es tan natural al acto educativo como lo es la naturaleza misma del enseñar y aprender. Nada le es ajeno a la educación en el ámbito del desarrollo de la naturaleza humana, salvo que ella sea asumida básicamente como una capacitación o adiestramiento, en la cual la formación humana pasa a ser un elemento de segundo o tercer plano, o sencillamente un elemento no considerado. Otra cosa es que los profesores, los padres y apoderados y aún los alumnos, asuman la naturaleza humana conscientemente. Ni aún las más rigurosas medidas técnicas pedagógicas se escapan del ámbito de la subjetividad de la existencia del ser humano.

La subjetividad, etimológicamente es lo que está en relación con el sujeto y precisamente, según el uso efectivo del término, con el sujeto en oposición al objeto; así, lo subjetivo es casi siempre lo opuesto a objetivo. En este sentido, para el entender y uso común, lo subjetivo estaría condicionado únicamente por sentimientos o afirmaciones arbitrarias del sujeto, sin una base real y sólida, aunque ésta salga desde lo más profundo del corazón del hombre.

La subjetividad sería, para aquellos que la desvalorizan en el contexto pedagógico y en el ámbito de las relaciones humanas, una simple arbitrariedad a la cual hay que superponer la razón del intelecto y sus normas, no sólo cognitivas, sino también sociales.

No obstante, la subjetividad tiene el gran mérito de comunicarnos (o enlazarnos) con el sustrato más profundo de la existencia humana y de la realidad. Nos referimos a la idea de la duración, lo que está debajo del cronos humano, del tiempo medido en horas, días, meses y años: es decir, bajo el tiempo por el cual nos regimos en nuestro vivir cotidiano. La subjetividad nos comunica con lo cósmico, con aquello que se nos puede dar en una simple y pequeña visión de una realidad particular, un momento, o en una gran perspectiva del cielo que nos cobija. Quizá la razón nunca deja de estar presente, pero la capacidad de asombro es, sin duda, una capacidad que nace de la subjetividad del hombre, del contacto de éste con sus fibras más profundas.

Es esta capacidad de asombro la que nos lleva a concebir a la intuición, es decir, el conocimiento por captación inmediata de lo esencial de las cosas, como una de las formas más certeras que tiene el ser humano de conocer.

La idea de los ciclos: lo finito, el nacimiento y la muerte. Un mundo en expansión y cambio nos plantea nuevos desafíos.

Las ideas que exponemos a continuación fueron escritas hace algunos años atrás, pero ellas aún no pierden validez. Por lo mismo, las dejamos tal cual ellas fueron escritas en ese momento, salvo algunas mínimas correcciones que hemos hecho ahora, para demostrar, una vez más, que las ideas de una pedagogía del silencio han tenido un largo caminar en su gestación.

El mundo actual vive un período de expansión y cambio, caracterizado por la reducción de dos categorías básicas que conforman el sentido de la realidad para todo ser humano: tiempo y espacio.

Diferente de otras épocas, el mundo contemporáneo es un mundo en donde el tiempo adquiere básicamente una dimensión de cotidianeidad reducida a los procesos de satisfacción de las necesidades más inmediatas de los seres humanos. La idea del tiempo-hora o del tiempo-día gana paulatinamente terreno a la idea del tiempo-ciclo, con el cual se percibía el desarrollo del mundo en grandes períodos de desenvolvimiento.

El hombre, inserto en el tiempo-ciclo concebía su propia existencia individual y comunitaria enraizada a un sustrato cultural y social permanente que le daba seguridad y sentido de pertenencia a una historia propia de la humanidad. El hombre era parte de esa humanidad y su destino estaba “asegurado” por una marcha común con los otros hombres. La idea del todo universal daba la certidumbre de ser una fracción significativa de un proyecto histórico al cual había que supeditarse para un mejor vivir.

El tiempo era comprendido en ciclos largos, en los cuales los elementos de la estructura social y los elementos normativos y simbólicos de la cultura permanecerían por siempre. El mundo se presentaba así, permanentemente, como una realidad sin cambio. El hombre, con su trabajo, sólo podía aportar un pequeño grano de arena a la construcción de este desenvolvimiento de la realidad, muchas veces vislumbrado como un proceso cuyo propietario era un destino sin nombre.

Con el advenimiento del maquinismo y la revolución industrial, la idea de la construcción del Reino pasa a suplantarse por la del progreso permanente. En todo caso, se mantiene la concepción del tiempo-ciclo, pero con una variante que actuará como un detonante potencial del aparecimiento del tiempo-hora. Se trata en este caso de la acumulación de la información, producto del desarrollo de las impresiones tipográficas, de las facilidades de comunicación y del desarrollo de la ciencia que, por su carácter acumulativo, va rompiendo el difundido hábito del quehacer filosófico, provisto siempre de preguntas e interrogantes originales

El hombre se puede desplazar físicamente como nunca antes en la historia de la humanidad. Ello marca una nueva forma de concebir su hábitat. Este ya no es el mismo para la vida del trabajo y la vida familiar. Por ejemplo, yo debo transitar hacia mi trabajo desde mi hogar, dejando de lado toda posibilidad de enfrentar el mundo laboral con una concepción comunitaria de la existencia. En el trabajo soy parte de un eslabón, o una función determinada por la organización (muchas veces de carácter impersonal) a la cual pertenezco.

Existen tantos hábitat como posibilidades tiene el hombre de cumplir diferentes roles en la vida social. Ya no es el ser humano quien da la unidad al mundo, a través de su permanencia, sino que el mundo se le atomiza por las distintas visiones que tiene desde todos los hábitat y roles diversos que debe cumplir, para subsistir y desarrollarse.

Sin embargo, el mundo actual ofrece al hombre múltiples alternativas de crecimiento y auto desarrollo. Pero también, sin duda produce grandes contradicciones que es preciso que es preciso enfrentar desde una perspectiva educacional. Un mundo amplio en información implica capacitar al individuo a seleccionar adecuadamente los datos que requiere para vivir, ya que no los puede adquirir todos (y quizá no sea ni remotamente necesario), ni puede permitir que su visión del mundo se forme a partir de la información que intencionadamente le entregan los medios de comunicación masiva.

De igual modo, la capacidad potencial de acercamiento físico a distintas realidades antes lejanas, es una posibilidad que para las grandes mayorías aún está planteada como un deseo a largo plazo. Empero, y ello es evidente, hoy día el hombre se traslada más lejos y más rápidamente que en décadas atrás. Conoce otros modos de vida y otras significaciones dadas a la realidad, lo que facilita mayores niveles de comprensión de otras culturas si está preparado para ello.

Está situación cada día se expandirá más y eso marca serios desafíos para el desarrollo educativo futuro. El viejo nacionalismo, tan enraizado en las escuelas, deberá dar paso a relaciones más fraternales y solidarias con otros seres humanos que viven en lugares diversos pero que pueden ser mis vecinos ocasionales o permanentes en un corto plazo. La educación debe trabajar para acrecentar en los niños y jóvenes mayores niveles de comprensión de realidades diferentes a las suyas.

Todo esto ha de realizarse en tiempos cortos, ya que el mundo de hoy es vislumbrado desde la perspectiva del tiempo-hora o del tiempo-día. Y, no obstante, el hombre no dispone del tiempo-ciclo necesario para llevar a cabo las tareas de coordinación en un mundo lleno de información y movilidad física.

El hombre contemporáneo vive en un mundo cotidiano, sin poderle dar sentido histórico o global, ya que no posee un tiempo suficientemente amplio para incorporar sus proyectos personales, sociales o comunitarios en él.

La pérdida de la visión de lo absoluto, o de lo integrado y global, se convierte así en un problema de inmensas proporciones. Para darle sentido histórico a la existencia cotidiana tiene sólo un tiempo corto, que es justamente el que no le permite comprender (ni siquiera entrever) el tiempo-ciclo, en donde es posible incluir los elementos parciales de la realidad en contextos significativos de mayor extensión. De ahí también el nacimiento de tantos autoritarismos-pragmáticos (autoritarismos impregnados de pragmatismos cotidianos en aras de la obtención de eficiencia), como medios de suplir la falta de tiempos largos y con ello de significaciones históricas de largo plazo que den sentido a las existencias individuales.

De este contexto surgen tareas educativas muy específicas que, comprendiendo las contradicciones mencionadas, permitan enfrentar a los hombres al mundo en cambio. La búsqueda de la estabilidad debe realizarse no eliminando artificialmente los cambios sino partiendo de ellos. Los procesos educativos que tienden a mantener visiones rígidas del universo no sólo dañan a los educandos, sino las posibilidades reales de dirigir adecuadamente dichos cambios para el beneficio de las personas y sus comunidades

Un mundo en expansión y cambio debe ser concebido pedagógicamente como procesos que producen profundas transformaciones en los educandos, de manera directa e inmediata. Frente a éstos, o se educa para poseer libertad de elección o se educa para adecuar a los hombres a los determinismos que implica el medio ambiente social. Y en esto la educación debe asumir un rol de protagonista y orientadora de los cambios en que se ve envuelta, para no sucumbir a dichos determinismos. El profesor, en esta tarea, tiene un papel fundamental.

Necesidades básicas y recursos escasos.

.Un mundo en expansión es un mundo que abre posibilidades de realización a los seres humanos, pero a la vez es una realidad que puede causar profundas frustraciones, al no poder satisfacer todas las necesidades y aspiraciones que van surgiendo en las personas. Ellas observan la probabilidad de participar en el usufructo de los bienes disponibles sin poder hacerlo realmente.

Bien sabemos que los recursos son escasos para superar las necesidades básicas de la población. Si a esto agregamos las que artificialmente han creado los medios de comunicación y el comercio, se podrá entender que las posibilidades de satisfacer dichas necesidades están lejos de ser una realidad.

De ahí que la satisfacción de necesidades y aspiraciones de la población se ha de vislumbrar desde una perspectiva diferente. Muchos autores han planteado que las necesidades, desde una perspectiva pedagógica, se resolverían satisfactoriamente si ellas se enfrentaran en el campo educativo con nuevos criterios. Por ejemplo, en el caso de Abrahan Maslow, éste menciona a lo menos cinco tipos de necesidades distintas en el hombre: fisiológicas, de seguridad, de pertenencia-amor, de estimación y de autorrealización. En relación con cada una de ellas, la educación tendría algo que decir y hacer para ayudar a resolver la escasez de recursos existentes.

En el caso de las necesidades fisiológicas, como el hambre, la sed, el sexo y la diversión, la educación no sólo deberá dirigirse al desarrollo intelectual del niño o del joven, sino que tendrá que desarrollar los niveles mínimos de conocimiento y aceptación del cuerpo por parte de ellos. Para tales efectos, la labor pedagógica ha de realizarse en un ambiente que sea positivo, sicológica y físicamente, para el desarrollo de un adecuado bienestar físico y de sano esparcimiento. Corresponderá al niño y al joven comprender y estimar la naturaleza, a los animales y el equilibrio de un sano desarrollo corporal y espiritual.

Toda educación y, por lo tanto, toda acción pedagógica que no tienda a proporcionar los elementos básicos para atender las necesidades fisiológicas de los hombres no responderán al desarrollo natural de las personas. La intelectualidad excesiva que se vive hoy día es el producto de comprender al hombre escindido en dos: cuerpo y alma, separados.

Esa separación cartesiana tan tajante entre el cuerpo (res cogita) y el alma (res extensa), es la que permitió que la educación asumiera rumbos tan alejados del desarrollo integrado y natural del hombre. El instinto, el cuerpo, la sensibilidad y, con ello, todo lo relativo a un sentir biológico, fueron excluidos del ámbito pedagógico. Sólo se dio preeminencia al desenvolvimiento de las capacidades intelectuales del hombre y, con esto, la visión del mundo estuvo marcada por una tendencia a la interpretación conceptual del mismo que tendrá enormes repercusiones en el actual quehacer pedagógico.

Las necesidades fisiológicas se asumieron de manera parcial por parte de la educación, lo cual marcó una tendencia en el desarrollo del sistema educativo en donde lo manual carecía de importancia. Sus contenidos, procesos y objetivos estaban dirigidos a la realización de un hombre “culto”, es decir, al desarrollo de un hombre cuyo intelecto pudiese interpretar y dominar el mundo.

El desarrollo del mundo contemporáneo nos demuestra que esa tendencia ya no es ni remotamente suficiente para enfrentar los nuevos desafíos que implica la realidad, cada día más necesitada del hacer concreto y no sólo del decir respectivo.

Del mismo modo, las necesidades de seguridad se enfrentaron de manera parcial por la educación, pese a los esfuerzos por dar seguridad a los alumnos y a la sociedad general. Su labor fue conceptuada hasta hace pocos años como la llave maestra no sólo para el desarrollo de las personas consideradas individualmente, sino para el de los pueblos. Si el pueblo era educado, automáticamente se producía el desarrollo económico y social del mismo.

Si bien la educación puede ser un factor importante en el logro de seguridad individual, lo que permite condiciones positivas para el auto desarrollo, no es menos cierto que los modos para conseguirlo han sido muy diversos. Se ha intentado alcanzar la seguridad por la imposición y cumplimiento de normas pedagógicas rígidas y estandarizadas. Mientras más el alumno dichas normas y parámetros conductuales y de conocimiento, más éxito tendrá al interior del sistema y de sus proyecciones en el mundo del trabajo.

Es así como observamos que el acatamiento de las normas, elaboradas e impuestas sin la participación de alumnos, padres y apoderados, es la mayor garantía de éxito en la obtención de los objetivos educacionales. La creatividad, la libre iniciativa y toda otra forma de expresión, por parte de alumnos y profesores, es vista por el sistema educacional como un atentado contra la seguridad que intenta implantar a través de rígidos mecanismos de control institucional.

La necesidad de seguridad que todo hombre tiene es enfrentada por la educación a través de limitantes muy serias a la expansión del ejercicio de la libertad. Esta, con todo lo que ella implica en el mundo de la conducta humana, es como un elemento que interviene en la acción pedagógica de manera disonante, atentando, ya sea contra la planificación educativa o contra las propias barreras de control que imponen los profesores en las muy diversas esferas de su quehacer. La falsa seguridad del maestro y del sistema se levanta así contra la seguridad que puede darle el ejercicio de la libertad al alumno.

A nuestro juicio, la educación debe preparar al niño y al joven para encarar su realidad con un instrumental que él posee por su propio desarrollo y no con elementos impuestos por afán de dominio o inseguridades del mundo adulto. Para ello, la educación ha de centrar su accionar en la creación de mecanismos, en el niño y en el joven, que les faciliten el ejercicio más pleno de su propia libertad. La seguridad sobre sí mismo y el mundo circundante se debe construir a partir de un centro personal y comunitario que le sea conocido y propio al educando.

La seguridad del propio éxito necesita darse en procesos de construcción de la verdad por parte del alumno. La evaluación y el avance curricular, por ejemplo, deberían estimular permanentemente a los maestros. Corresponde ser al maestro un compañero en la ruta del descubrimiento de la verdad por parte del educando y no una persona que imponga los parámetros de logro por parte del joven o del niño. En este sentido, la autoridad del profesor no puede basarse en el miedo, el terror o la represión pedagógica. Muy por el contrario, tiene que provocar en el alumno respeto a sí mismo y a los otros, para así ir conquistando cada vez más una creciente autoridad frente a los otros y a él mismo.

Un tercer tipo de necesidad es la de pertenencia y amor, en la cual se manifiesta el firme deseo del ser humano de estar con otros hombres y ser querido. Desde la niñez, todos queremos formar parte de un grupo, comenzando con el de pertenencia primaria. A través de éste, socializamos las pautas culturales y simbolizaciones de la sociedad en la cual vivimos. La familia, la escuela, los amigos y la iglesia son grupos de vital importancia para la formación de cada hombre; es por medio de estos grupos que comenzamos a percibir los modos de pensar, sentir y actuar en el mundo que tienen los “otros significativos” para cada persona.

La educación, en especial con la niñez, ejerce una influencia muy considerable en los modos de socialización e integración del hombre a la vida social. La experiencia escolar puede marcar significativamente el grado en el cual la persona se integre a sus grupos de vida y de trabajo. Una educación orientada por una concepción comunitaria del mundo sin duda que propenderá a resaltar los mejores mecanismos de integración del individuo al grupo. Por el contrario, una educación de corte liberal-individualista destacará con mayor fuerza el desarrollo individual de la personal, por sobre su inclusión a la vida de los grupos. Esto marca diferencias en las necesidades de pertenencia que, posteriormente, tendrán los educandos.

Sin embargo, la necesidad de pertenencia es propia de todo hombre, en cuanto precisa del grupo para desarrollarse adecuadamente. La educación coadyuva, a buscar los mecanismos más adecuados para satisfacer esta necesidad, pero no es una actividad decisoria al respecto.

Un hombre, con o sin educación, tendrá siempre dicha necesidad de pertenencia, de sentirse parte de un todo que está más allá de él mismo, pero que es de su propia naturaleza. Sin esto el hombre moriría. La educación, por tanto, deberá educar para la cooperación y la solidaridad, más que para la competencia, ya que son estas las que permitirán crear al hombre las condiciones de una pertenencia apropiada a sus grupos sociales, sin perder su individualidad y el ejercicio de su libertad.

Un hombre sin pertenencia es un hombre sin amor. Y un hombre sin amor es sólo una imagen de hombre. El hombre necesita ser estimado y reconocido en su justa medida, como un medio de desarrollar sus mejores potencialidades. El amor es quizá el mejor motivador del crecimiento personal y comunitario, y, en este sentido, la acción educativa ha de convertirse en “momentos propicios” para el desarrollo del amor entre los educandos.

El amor, desde una perspectiva educacional, es el motor básico de la acción pedagógica. Sin éste la acción pedagógica se convierte en mera técnica o arte, y no en una actividad motivadora del progreso humano. El amor suscita, llama, es ofrenda, es camino. La educación es servicio en el amor, buscando ayudar al otro a que encuentre su propio ser, su propia tarea en el mundo, para así construir una sociedad mejor.

Unida entrañablemente a la necesidad de pertenencia y amor, el hombre tiene necesidad de estimación. El hombre requiere ser respetado en cuanto él es un ser singular y único, irrepetible como un universo en sí. A la educación le compete conocer la naturaleza humana para respetarla en lo que ella es y no en lo que el educador quiere que ella sea. Del mismo modo, la necesidad de estimación pasa por el deseo de tener prestigio. Un hombre, cualquiera, intenta sobresalir con la expresión de sus propias cualidades personales y el reconocimiento público de sus congéneres.

La necesidad de estimación se satisface con la búsqueda del éxito personal o profesional en muy diversos ámbitos del quehacer humano. Y la educación es vista como uno de los medios más eficaces para lograr éxito en la vida laboral o social. De hecho, la sociedad actual considera las certificaciones como uno de los recursos más importantes para seleccionar sus cuadros dirigentes en la esfera pública o privada. frente a ello, los hombres buscan niveles elevados de escolaridad para asegurar un buen pasar o acceder a las elites que dirigen la sociedad.

Tal como lo decíamos, la necesidad de estimación resuelta plenamente, puede facilitar el progreso del ser humano. La estimación bien recibida es uno de los elementos que actúa con una mayor carga de motivación para el progreso personal y social.

De ahí entonces que la educación debe intentar resolver la necesidad de estimación que tiene todo hombre. El respeto, el prestigio, el éxito y el progreso son todos medios en los cuales esta necesidad se satisface y la educación tiene un rol importante que cumplir con cada una de ellos.

Por último, Maslow distingue la necesidad de autorrealización, entendida como la aspiración que tiene un individuo de ser él mismo, con autonomía para vivir libremente y con un sentido en su obrar. Quizá sea esta necesidad la que menos se satisface en la época contemporánea, dados los condicionantes culturales, sociales y económicos que vive el hombre.

Las posibilidades de autorrealización son escasas. La educación ha sido, quizá, una de las principales fuentes de obstáculos para que el hombre se desarrolle por sí mismo y no se subordine a los mandatos impersonales del medio ambiente y el mundo circundante. Un hombre autorrealizado es un hombre que debe vivir en la libertad de ser sí mismo. Para ello necesita de una educación que le facilite esta condición y no lo domestique, al decir de Pablo Freire.

La autorrealización, sin embargo, es una tarea conjunta y comunitaria. Yo no puedo auto realizarme si los otros que están a mi lado no siguen un camino similar al mío. La autorrealización implica conductas de solidaridad, respeto, afecto, comprensión, sentido de pertenencia a una tarea común, satisfacción de las necesidades de subsistencia (fisiológicas y de seguridad), y sobre todo la decisión personal de querer personalizarme a mí mismo y al mundo. Sin esa decisión no es posible la autorrealización. De ahí que la educación de la voluntad se eleve como una condición básica de la autorrealización.

Remediar esta necesidad implica la autonomía de ser uno mismo, es decir, la autenticidad de ser tal cual es, en un proceso permanente de perfectibilidad. Supone que todo hombre debe tener la libertad para vivir, y, en este mismo sentido, que su vida la enfoca hacia la búsqueda de sentidos, ya sean inmanentes o trascendentes a sí mismo.

En todo caso la autorrealización, personal y comunitaria, encierra enormes desafíos para la acción pedagógica. Ella en torno al objetivo de formar personas autónomas y con un alto nivel de responsabilidad, voluntad e inteligencia y con un profundo compromiso ético hacia las otras personas. Por ello, la formación de nuevos educadores hay que enfrentarla de manera muy distinta a como se ha hecho hasta ahora, rompiendo así los obstáculos que se presentan en la acción pedagógica, especialmente los que tienden a que ella sea una función domesticadora de los educandos.

Un hombre autorrealizado es aquel con necesidades muy simples en materia de recursos. Sus demandas y afán de apropiación se suponen mínimas, lo cual posibilitaría una mejor redistribución de los escasos recursos y bienes existentes en la sociedad, sin grandes conflictos o desequilibrios sociales y personales.

Requerimiento de competencias técnicas y profesionales.

Un mundo en expansión y cambio necesita de hombres con capacidad de autorrealización. Sin embargo, la autorrealización implica, además de enfrentar la escasez de recursos, que los hombres posean competencias técnicas y profesionales que les permitan un cierto dominio sobre el mundo.

Un hombre autorrealizado, en un mundo de simpleza ideal, sin conflictos y en armonía, sin luchas por la subsistencia básica, es un hombre que hoy ya no podría existir por la complejidad misma de la vida social. El solo hecho de la división social del trabajo introduce en la vida del ser humano una serie de complicaciones difíciles de resolver con la vuelta a un estilo de vida inocente, como lo quisieran algunos utopistas.

La complejidad del mundo contemporáneo debe enfrentarse con competencias cada vez más enraizadas en un proceso de autorrealización de los seres humanos. Hoy es necesario entender el desarrollo del hombre desde una perspectiva histórica. Ello significa que la autorrealización ha de insertarse en el devenir del mundo de hoy, con todas las dificultades que ello conlleva.

Es así como la educación puede facilitar la expansión de las competencias técnicas profesionales de los hombres en proceso de autorrealización. Y afirmamos la autorrealización como condición indispensable para el progreso de esas competencias, ya que ello nos garantiza que las mismas no irán en contra del desarrollo del hombre. “La técnica implica a la vez dominio y sujeción. Originariamente es la muestra palmaria del poder del hombre sobre la materia; pero, a medida que las producciones técnicas se van incorporando al mundo, condicionan la vida del hombre; éste se haya sujeto de algún modo a lo largo de algún modo a lo que el mismo ha creado”.

“De aquí la duplicidad de actitudes frente a la técnica; esperanza y miedo. Esperanza porque puede la técnica liberar al hombre de la servidumbre de muchas tareas puramente mecánicas, repetitivas y tediosas. Miedo porque las mismas necesidades técnicas pueden acabar por mecanizar la vida, sustituyendo las actividades y producciones humanas por actividades predeterminadas en una programación extraña, y por producciones seriadas en las que no cabe el más pequeño rasgo humano diferenciador”.

Esta dualidad de actitud frente al mundo técnico puede superarse en la medida en el hombre sea un protagonista de su desarrollo autorrealizado, ya que en él se centraría la capacidad de seleccionar medios diversos a su alcance. Quizá, entonces, sea la competencia personal, de escoger adecuadamente los elementos que conforman la realidad, la primera competencia que habría que impulsar en los educandos. La competencia técnica, de selección de los medios y recursos para su desarrollo, sería otra de las competencias importantes de reforzar.

Ambas competencias, personal y técnica, podrían ser parte de una serie de competencias para desarrollar en el hombre y en cuya tarea la educación ocuparía un valioso papel.

Una dificultad que se nos presenta en este planteamiento es saber qué tipo de competencias técnicas y personales deberemos acentuar con la tarea educativa, ya que ella dependerá del tipo de sociedad en la cual insertemos la acción pedagógica. Para Ricardo Israel “en la actualidad la educación se centra en el tipo de habilidades necesarias para una sociedad industrial: Memorización, disciplina y conocimientos especializados. Todo parece indicar que nos movemos hacia una sociedad postindustrial o informatizada, donde la información estará disponible en cantidades casi ilimitadas al alcance de nuestros de nuestros dedos. Por ello, una educación basada en la acumulación de información no tiene sentido, y mucho más provechoso es pensar que la tendencia sea tendencia sea el desarrollo de sistemas educativos que, en vez de enseñar a acumular información, se preocupen de educar en cómo procesarla”.

Sin embargo, en los países en desarrollo coexisten distintos niveles de evolución técnica y profesional que hay que atender de manera diferenciada desde una perspectiva pedagógica. Así como por momentos nos encontramos con sectores altamente industrializados y con elevados niveles de utilización tecnológica, también podemos encontrar situaciones de miseria y atraso que nos ubican más bien a nivel de las sociedades primitivas.

En todo caso, la información traspasa dichas situaciones y hoy día el hombre enfrenta un cúmulo de datos indispensables de transformar en información significativa para sí mismo y su desarrollo. De ahí la necesidad que la educación provea a los hombres de competencias técnicas y personales en la selección de la información, para configurar síntesis elocuentes de interpretación de sí mismo y del mundo circundante.

No obstante, desde una perspectiva educacional, el desarrollo de competencias técnicas y personales se ha de dar estrechamente unido al desenvolvimiento de las competencias sociales y políticas que a todo hombre corresponde poseer por vivir en comunidad. Del mismo modo, las competencias técnicas y personales adquirirán real significación cuando ellas se practiquen al interior de contextos pertinentes de naturaleza social y política. Sólo desde esta perspectiva, global e integradora, el hombre podrá ser visto como un ser auto desarrollado en plenitud. La educación debe actuar sobre este tipo de desafíos y no sólo especializando al hombre en una determinada tarea y competencia. La educación deberá ser, por tanto, una acción que abarque al ser humano como un sistema total e integrado.

Requerimientos de innovaciones educativas.

Para que la educación actúe eficazmente como promotora del desarrollo de competencias técnicas profesionales, personales, sociales y políticas en los hombres, es necesario que ella sufra, en sí misma, de reestructuraciones permanentes en sus contenidos curriculares, estilos de acción pedagógica, conformaciones institucionales, modos de ver la realidad, etc., que le permitan adecuarse a los requerimientos del mundo moderno, con todo lo que ello significa en materias de renovación y conservación social.

De una parte, la educación debe actuar como un elemento transmisor y conservador de la tradición cultural de los pueblos. Quiérase o no, la educación realiza el proceso de transmisión cultural de las generaciones más viejas a las generaciones más jóvenes. En este sentido, actúa como un factor social de conservación de la vida social y cultural de los pueblos.

Es a través de los procesos de educación y socialización como las generaciones más jóvenes y, con ello, un lugar en la vida social. Ellas transmiten sus propios modos de ver, pensar, sentir y actuar sobre el mundo y es así como quieren que las generaciones jóvenes se enfrenten a la realidad. La competencia por el dominio del mundo no es una competencia desprovista de una normativa que asegura la supervivencia del más débil, es decir, las generaciones más viejas. A la fuerza y energía de los jóvenes, los viejos orientan con la experiencia de vida.

La educación es depositaria de este aspecto de la vida social de los pueblos y es en sus procesos internos donde confluyen estos elementos aparentemente en contradicción. Los educadores son los representantes de la tradición social, pero, por otra parte, por su contacto cotidiano con los niños y jóvenes, son parte de la renovación que impulsan las nuevas generaciones. La educación es, por lo mismo, conservación de la vida social, pero a la vez, transformación permanente. Este lugar de privilegio ha permitido ver a la educación, por parte de algunos, como un instrumento de dominación y, por otros, como un medio de liberación, dependiendo del lugar y óptica social en el cual se encuentren.

Esta situación hace que la educación deba enfrentar el problema de los requerimientos de innovaciones educativas constantes que, sin atentar contra la tradición proyecten la enseñanza hacia el futuro, asumiendo los nuevos desafíos del mundo contemporáneo.

En un reciente artículo, planteábamos que las innovaciones educativas deberían producirse planificadamente para que ellas fueran eficaces transformadoras de los sistemas educativos y de la acción pedagógica que se realizaba en ellos. Afirmábamos, además, que esa planificación debería involucrar a los actores educacionales a través de mecanismos de participación adecuados a las tareas desempeñadas y a las organizaciones que los representaban. De otro modo, toda innovación educativa podría fracasar al no contar con el apoyo de aquellos que las debían llevar a la práctica o eran afectadas por las mismas.

De ahí la importancia que tienen los educadores para cumplir ambas funciones de la educación: la conservación de las tradiciones que dan identidad a los pueblos y la renovación de la vida social, que consolida esa misma identidad. El problema surge, a nuestro juicio, en la segunda función. Los educadores no son formados para introducir innovaciones educativas al sistema educativo ni a la acción pedagógica. Las instituciones formadoras de profesores mantienen los mismos sistemas tradicionales de formación que se vienen utilizando desde hace décadas y ello no posibilita el desarrollo de actitudes y conductas innovadoras en las nuevas generaciones de estos profesionales.

De esto se puede inferir que en la medida que la formación de maestros siga de manera tradicional, es decir, en donde el cambio es concebido como una situación anómala, no se podrán incluir innovaciones educativas de carácter significativo que impliquen modificación de actitudes y conductas en los nuevos profesores para efectos de enfrentar creadoramente la acción pedagógica.

El problema radica en que ese cambio debe producirse lo antes posible, dado lo descrito anteriormente: el mundo se expande está cambiando, el hombre necesita auto realizarse y los niveles de nuevas competencias o capacidades cada día más altos. La educación hoy día no está respondiendo a los requerimientos del desarrollo futuro.

Por ello es preciso plantearse una estrategia de introducción de innovaciones educativas que comience por la formación de nuevos profesores. El hombre enseña como aprende, y si ello ocurre así, es posible inferir que sino se efectúan transformaciones en las instituciones formadoras de profesores cada día la educación quedará atrás en sus respuestas a las condicionantes socioeducativas del futuro, fosilizada en su propia institucionalidad tradicional.

Sin embargo, el mundo de las innovaciones educativas mucho tiene que ver con las concepciones del mundo y la sociedad de los distintos grupos de poder que conviven en la sociedad. La educación tal como lo decíamos es un instrumento importante de transmisión de las ideologías imperantes en un momento determinado. Por eso mismo, cualquier análisis que se haga de las innovaciones educativas no sólo debe enfocarse desde una perspectiva exclusivamente pedagógica, ya que querámoslo o no, esa es sólo una parte del problema.

Los grupos de poder querrán ser siempre ellos los que impulsen y logren éxito con la implantación de las innovaciones educativas, especialmente aquellas que tienen impacto público, como las modificaciones estructurales del sistema o los nuevos planteamientos curriculares que tengan un impacto global. Y es por eso mismo que las innovaciones educativas generales, llevadas a cabo por grupos de poder que no suscitan el apoyo y participación de los actores educativos involucrados en las acciones pedagógicas están condenadas al fracaso. Se produce una contradicción casi imposible de salvar entre el interés particular de los grupos de poder gestores de las innovaciones educativas y aquellos otros (muchos de los cuales no comparten las mismas áreas de interés) que deben implementarlas. Se ocasionan boicots muchas veces surgidos del rechazo o, sencillamente, por la preservación de los espacios ya logrados y que son propios de la acción pedagógica.

Pese a todo esto, el mundo contemporáneo necesita que las sociedades realicen profundas innovaciones en sus sistemas educativos y en sus estilos de acción pedagógica, para que la educación pueda adecuarse a los desafíos del futuro.

El reestablecimiento y consolidación de pautas culturales democráticas.

Lo que hemos reflexionado de manera prospectiva hasta el momento, corresponde a un planteamiento general que es posible aplicar a Chile, en la medida que dicha reflexión la hacemos pensando en nuestra realidad nacional, tocada estos últimos años por la imposición de un régimen autoritario de gobierno.

Es muy diferente imaginar la realidad educativa futura en un gobierno de corte autoritario, en una sociedad democrática o en un período de transición entre ambas situaciones. En nuestro caso específico concebimos la educación en un contexto democrático, como un modo de reconocer lo que ha sido históricamente para Chile uno de los ejes de su identidad nacional: la idea y vivencia personal y comunitaria de la democracia, como forma de vida que se venía gestando desde hace muchas décadas, con altibajos, pero en constante evolución y consolidación.

La idea de democracia supone una forma de vida en la cual se van afianzando a lo menos cuatro elementos fundamentales que ya expusimos en otra ocasión con algún detalle:

El primero de ellos es la existencia de normas de convivencia aceptadas por todos, como basamento común de la existencia comunitaria.

Frente a la actual situación que ha vivido Chile y ante la necesidad de reconstruir el sistema democrático de vida para el país, es preciso llevar a cabo algunas tareas generales, entre las cuales se cuenta la creación y desarrollo de normas de convivencia democrática. El país perdió un sistema de pautas culturales que le permitía tener una unidad básica en los modos de interacción social y cultural, base de toda la institucionalidad jurídica y de las organizaciones sociales y productivas democráticas.

Para efectuar esta labor es fundamental realizar algunas tareas mínimas en las cuales la educación tendría un rol muy importante:

La primera, es crear estas normas de convivencia a través de un proceso institucional, político y social, promovido por partidos y entes sociales democráticos en sus más diversas manifestaciones culturales y artísticas que tengan, en lo posible, un carácter masivo.

La segunda, es cumplir una tarea de formación acelerada de las nuevas dirigencias políticas juveniles con el fin de consolidar los esfuerzos de las generaciones adultas en estas materias. Del mismo modo, se deben preparar las dirigencias sindicales juveniles, con el mismo objetivo.

La tercera tarea es promover la formación de nuevas formas de organización social, en especial en los organismos de gestión comunitaria y centros de producción.

Sin duda, la creación de normas de convivencias democráticas es una labor educativa por excelencia, y en este sentido, los planes y programas de estudio deben incluir nuevamente, desde las bases mismas del sistema educativo, el área curricular de educación cívica. Sin embargo, nada de esto será válido y eficaz, si no se cuenta con el reciclaje de los profesores actualmente en ejercicio, ya que ellos han adquirido (y este es un planteamiento hipotético), normas de convivencia autoritaria en el curso de estos últimos años de ejercicio profesional. Al hecho mismo de que la acción pedagógica está impregnada de elementos autoritarios se une, en el caso chileno, el ejercicio voluntario o involuntario de un esquema pedagógico rígido y no participativo.

El segundo elemento que se consolida en un sistema democrático es un sistema jurídico-institucional que responda a un planteamiento dinámico de la vida social en su conjunto, como respuesta a la necesidad de crear permanentemente normas jurídicas adecuadas al cambio que vive toda sociedad. En ese aspecto, la realidad chilena muestra avances significativos de reflexión y producción intelectual que permiten afirmar que la institucionalidad jurídica y política tiene una ideación básica sólida para el futuro.

Lo importante es comprender que dicho sistema jurídico e institucionalidad tendrá realmente legitimidad en la medida en que sea aceptado por actores sociales en su conjunto y en los niveles de correspondencia a su vida cotidiana. De otro modo, podrá convertirse en un simple cascarón conceptual sin significación real para las personas.

De ahí que el desarrollo de un nuevo sistema jurídico-institucional deba cumplir con algunas condiciones de establecimiento y funcionamiento: la participación de los ciudadanos en el ejercicio del poder, la distinción y equilibrio de poderes públicos, pluralismo ideológico, respeto por las minorías, rotativa en el ejercicio del poder, acatamiento a las normas comunas de convivencia (sistema de sanciones), son entre otras, algunas de dichas condiciones indispensables para que el sistema jurídico-institucional sea efectivamente democrático.

La educación, tal como lo mencionábamos anteriormente, es una palanca clave, al igual que los medios de comunicación, para hacer positivo el ejercicio y establecimiento de este sistema. El cómo llevar a cabo este sistema es quizá más problemático que el qué debe ser este sistema, ya que aquí nos movemos en el campo del cambio de actitudes y conductas para ejercerlo realmente. La educación se centra en el cómo modificar dichas conductas para hacer de ellas manifestaciones propias del ejercicio de un sistema democrático.

El tercer elemento que se consolida en un sistema democrático de vida es la permanente creación y desarrollo de organizaciones sociales y productivas democráticas, con el fin de “hacer carne” la vivencia de normas jurídicas, institucionales y de convivencia democráticas.

Se supone que las organizaciones sociales y productivas democráticas, en sus muy diversas manifestaciones, serán el sustento tangible y cotidiano desde el cual se podrán elaborar los procesos de consolidación de una sociedad más libre, igualitaria y fraterna, superando así los esquemas neoliberales y totalitarios actualmente presentes en la vida social chilena.

Desde esta perspectiva, es importante señalar que una democracia estable supone el fortalecimiento de los cuerpos sociales intermedios entre la persona humana y el Estado, para con ello facilitar los procesos de participación de las personas en la toma de decisiones que las afectan. El acortamiento de las distancias entre los centros de decisión y las personas que son afectadas por ellos, es una de las palancas más importantes para hacer efectivo un sistema democrático de vida. Con ello, la persona humana pasa a ser un actor protagónico de la construcción social de la realidad, requisito básico de todo sistema democrático.

La idea de la creación y desarrollo de organizaciones sociales y productivas democráticas, tiene una relación muy íntima con la idea del protagonismo social de los individuos. En este sentido, las organizaciones sociales y productivas deben poseer un nivel de autonomía que les permita tener un alto grado de desarrollo auto sostenido, y a la vez, un nivel de coordinación con las restantes partes del todo social, que no produzca desequilibrios que llevan c conflictos sin solución racional.

Quizá una forma adecuada para lograr esto, es concebir la estructura organizativa del Estado desde una perspectiva descentralizada, tanto en sus aspectos administrativos como en la toma de decisiones, las cuales deberán ser participadas entre aquellos actores sociales involucrados. Los cuerpos intermedios, sociales y productivos podrán asumir así distintas formas de organización de acuerdo con sus peculiaridades y naturaleza del medio en el cual se insertan.

Sin la existencia de estas organizaciones sociales y productivas democráticas, tanto las normas de convivencia como el sistema jurídico-institucional democrático no tendrían gran estabilidad, ya que de ellas dependerá en gran medida, la satisfacción de las necesidades básicas y de auto desarrollo de los miembros de toda sociedad. Por ello es preciso comprender que ellas deben y pueden asumir formas diversas de cristalización: cogestionadas, autogestionadas, cooperativas, estatales, privadas, con participación, etc.

La educación en este aspecto, juega un papel importante en la formación de los recursos humanos imprescindibles para llevar a cabo la tarea de consolidar organizaciones sociales y productivas que satisfagan las necesidades de la población. Y no sólo en el plano de la capacitación integral del ciudadano que, siendo preparado adecuadamente, valore lo que significa su trabajo para el afianzamiento de un sistema democrático de vida. La comprensión que todo hombre debe tener sobre su rol como trabajador o empresario en la marcha y desarrollo de la sociedad es, en gran parte, tarea de la educación en sus muy diversas manifestaciones.

Sin embargo, nada le es más cercano a la educación que un cuarto elemento que debe estar presente en toda democracia. Es la existencia de esquemas mentales democráticos, los cuales permiten superar, por una parte, las percepciones autoritarias que se puedan sustentar y, por otra, proporcionar una base sicosocial sólida a las normas de vida democrática, a las organizaciones y juridicidad adecuadas a las mismas y convivencia en democracia (Barbu: 1962).

La presencia de esquemas mentales democráticos en la mayoría de la población es una condición indispensable para el desarrollo y estabilidad de un sistema político democrático, ya que ellos son parte de la cultura que se sustenta, en cuanto depositarios, en las personas, de las pautas culturales que pueden regir la vida social.

Dada la trascendencia que tiene para este estudio, dedicaremos un acápite especial a dilucidar las relaciones entre la educación y la formación de esquemas mentales democráticos en los niños y jóvenes chilenos.

Lo que nos resta por afirmar es que el restablecimiento de pautas culturales después de un larga período autoritario de gobierno, no es una simple tarea que se lleve a cabo sólo por el cambio de régimen de gobierno, sino que implica la consolidación, paulatina y permanente de, a lo menos, los cuatro elementos que mencionáremos: las normas de convivencia cotidiana, el sistema jurídico-institucional, las organizaciones sociales y productivas democráticas, y los esquemas mentales democráticas. En cada uno y en todos ellos, la tarea educacional es de vital importancia y la formación y la formación de profesores para que lleven adelante esta tarea es un desafío de gran complejidad que intentaremos aclarar poco a poco.

Necesidad de esquemas mentales y efectivos democráticos.

Una pedagogía del silencio es esencialmente una pedagogía democrática. Es así como esta pedagogía necesita de sus distintos actores involucrados la existencia de esquemas mentales y afectivos democráticos en las personas que la conforman. Los medios de comunicación y la educación, además de los agentes naturales de socialización son, sin duda, dos piezas claves en la conformación de estos esquemas de percepción del mundo. Sin ellos, no cabría duda de que la estabilidad democrática sería mínima. Es tarea de los comunicadores y educadores promover la reafirmación de esquemas mentales democráticos en las mayorías nacionales.

Es importante señalar que estos esquemas perceptivos no son sólo de carácter intelectual (ya que en ese caso la tarea no sería difícil de realizar), sino que abarcan, además, aspectos sociales y afectivos de las personas. Son, por decirlo de alguna manera, percepciones totales que el individuo ejecuta sobre la realidad y afectan, por lo mismo, a todo el comportamiento de las personas involucradas. Los educadores conocen, por la práctica cotidiana, que la conducta de los niños, jóvenes y adultos es siempre muy pautada, difícil de cambiar y que posee como característica eje el hecho de que tienen como base percepciones totalizantes de la realidad que pueden descomponerse en cada ocasión, pero que mantienen una unidad estable pese a las diversas circunstancias que vive la persona.

Por ello, la modificación de estos esquemas de percepción de la realidad es una tarea educativa que deben realizar los educadores buscando el logro de objetivos pedagógicos de muy diversas naturalezas, de acuerdo con los tiempos de maduración de los propios educandos y en todas las esferas del auto desarrollo personal.

Por lo mismo, es oportuno plantearse la pregunta de cuales son los elementos psicosociales que conforman un esquema mental y afectivo democrático. Al respecto, se señalan algunas consideraciones sobre el particular, que damos a conocer a continuación.

Una persona con un esquema mental y afectivo democrático (E.M.A.D.) tiene como base un sentimiento de cambio, desde el cual percibe a la sociedad como una estructura abierta y flexible, con condicionantes múltiples y alternativas diversas de desarrollo. La sociedad es parea ella, el resultado directo de la acción de las personas y no sólo una entidad regida por elementos impersonales, que están más allá de las personas mismas, sin desconocer por ello la existencia de elementos sociales y culturales suprapersonales.

Una característica peculiar de una persona con un E.M.A.D es que ella reconoce en el “otro” efectivamente a un “otro”. En este sentido, el otro es en realidad el otro, con su propia singularidad y no sólo una muestra representativa de una especie de personas. Esto permite reconocer en la vida social la pluralidad de singularidad y, con ello, la pluralidad de percepciones del mundo.

En relación al poder, un E.M.A.D. implica que el poder y la autoridad son comprendidos como una concesión hecha por una parte de la comunidad a otra, es decir, existe un sistema de delegación que debe ser ejercitado regularmente. En esta perspectiva, el poder se vislumbra siempre como inestable y relativo, ya que las voluntades de concesión pueden cambiar de acuerdo con las distintas circunstancias sociales y políticas. A esta idea se opone la concepción autoritaria de la estabilidad permanente del poder y su absolutismo.

De ahí también que una personal con un E.M.A.D. Tiene el sentimiento de que son necesarios la división y el equilibrio del poder, oponiéndose a la polarización autoritaria que intenta concentrar todo el poder para sí. Por lo mismo, se concibe el poder descentralizado y difundido al máximo entre las mayorías, para evitar las concentraciones excesivas del mismo en manos de unos pocos, en desmedro de las primeras. Un poder difundido socialmente es un poder al cual tiene más fácil acceso el común de las personas.

Otra característica importante en un E.M.A.D., es la idea de que la sociedad crece desde dentro, por la acción de sus propios actores, y que en esta construcción todos tienden a obtener las mismas posibilidades de participación (idea de igualdad), según sus intereses y necesidades (idea de libertad).

Un E.M.A.D. supone que toda persona tiene una autoridad interior que, en un momento determinado y por su propia libertad, la confiere a otro para que la ejerza a través del poder público, por un plazo determinado previamente. De ahí que la autoridad, para una persona que posee un E.M.A.D., no se transfiera, sino que sólo se adjudique a otro para su ejercicio controlado. Y, también que todo el poder lo hace a nombre de la autoridad de los otros que se lo han conferido.

Esto mismo hace que el E.M.A.D., admita una actitud de confianza en la razón y en un principio básico de lealtad entre los seres humanos. Sólo la razón, y no la violencia, permite la constitución de un sistema político y social democrática, pues se comprende que éste debe poseer un orden en el cual se conjugan metas y formas de acción comunes a todos los actores involucrados. Se tiene confianza en un orden construido con la razón, a través del diálogo y la negociación.

Por último, un E.M.A.D., postula la convicción de los actores de los actores de poder auto legislarse, si no permanentemente, por lo menos en las bases institucionales y jurídicas que regulan la convivencia social. La negociación y el diálogo, recién mencionado, juegan un papel fundamental en esta capacidad de auto legislación que tienen los grupos humanos democráticos.

De lo dicho hasta aquí se desprende la importancia de los E.M.A.D., para la construcción de la democracia y del rol que pueden jugar los educadores en esta tarea. El problema radica en cómo modificar substancialmente el tipo de formación que hoy reciben los futuros profesores del país, ya que como lo veremos más adelante, los sistemas pedagógicos de formación de maestros siguen siendo tradicionales, con un alto ingrediente de autoritarismo en sus acciones pedagógicas y orientaciones curriculares.

Lo principal es que los E.M.A.D., son actualmente parte crucial en el conjunto de desafíos que tiene la formación de profesores y la educación para el futuro próximo y que deberán considerarse en cualquier planificación futura en estas materias. De otro modo, es posible prever la mantención del autoritarismo al interior del sistema educacional, con todos los efectos que ello tiene para el funcionamiento de una sociedad democrática. Al parecer, el reciclaje y la resocialización democrática al interior del sistema educativo es una de las tareas que corresponderá emprender con urgencia, al interior de un sistema integral de perfeccionamiento docente.


El proyecto de vida

Otra idea que sustenta una Pedagogía del Silencio, es la necesidad de crear y desarrollar en nuestros alumnos (y en nosotros mismos, los educadores), sus propios proyectos de vida personal, en los cuales puedan circunscribir con claridad y dentro de ciertos límites reales, cuales serán las acciones, más o menos concientes, que emprenderán para llegar a ser lo que quieren ser. Para eso es preciso tener o imaginarse de parte de ellos, una visión de lo que quieren ser como personas en el futuro, no importando, por la edad que tienen, que esa visión esté o no bien configurada inicialmente. Lo importante en este caso es realizar el ejercicio de imaginarse lo que quieren ser, para que eso vaya marcando, de alguna manera, sus pasos para construir de una manera más eficiente y feliz su propia existencia personal y social.

Esta tarea, tan propia de los Profesores Jefes y Profesores de Aula de Terceros y Cuartos años de Educación Media, además de los Orientadores educacionales que existen en muchos colegios y liceos del país, es un trabajo que debe ser emprendido con bastante dedicación y ahínco, pues representa una culminación natural de lo que sería la puesta en marcha de los objetivos fundamentales transversales que se supone se vienen trabajando desde hace mucho en el establecimiento educacional. Ellos tienen un carácter formativo globalizador que debe, a nuestro juicio, terminar en la elaboración de un proyecto de vida personal, con el cual el alumno egrese de su educación media.

Lamentablemente, la elaboración y desarrollo del Proyecto de Vida Personal es una tarea que pocas veces se enfrenta de manera sistemática y metódica en su etapa de elaboración al interior del sistema educacional, dadas las condiciones de vida que nos ha correspondido vivir en la época contemporánea, marcadas por el aceleramiento de los cambios de diverso orden que la caracterizan.

Por lo mismo, no existe hoy día una tradición pedagógica fuerte y clara que lleve a los establecimientos educacionales a solicitar a sus alumnos el diseño y la puesta en marcha, aun en su etapa juvenil, de dicho proyecto de vida. Mas aun, en los proyectos de desarrollo integral de cada establecimiento escolar este tema escasamente aparece mencionado en algunas ocasiones, a veces en forma de grandes postulados, otras como parte de los objetivos fundamentales transversales, que bastante poco desarrollo han tenido a nivel del sistema.

Sin duda este tema es de vital importancia si queremos lograr en nuestros alumnos una formación integral y equilibrada. El desarrollar un proyecto de vida implica poner en cuestionamiento todas las potencialidades que la persona tiene para su desenvolvimiento pleno. Preguntarse sobre su futuro y tratar de esclarecer al máximo sus condiciones actuales de existencia, en las cuales, sin duda, debe incluir su pasado, son tareas que implican un gran esfuerzo y dedicación de parte de los jóvenes. Pero es una tarea que debe y puede ser emprendida desde el ámbito escolar, especialmente desde las tareas que deben cumplir los Profesores Jefes y los Orientadores Educacionales.

Nos parece interesante proporcionar lo que estimamos podría ser un ejemplo de taller de proyecto de vida personal. Lo adjuntamos al final de este texto en forma de Anexo 1.


La persona humana, centro de la pedagogía del silencio

No obstante lo anterior, creemos que se hacen necesarias algunas aclaraciones. Cuando hablamos de persona humana no estamos hablando de un concepto, una idea vacía de contenido, como si ella fuese una categoría intelectual que es necesario ubicarla en un contexto de amplia generalidad para que así pueda ser comprendida, sino que estamos hablando, siguiendo en esto a E. Mounier, de un ser concreto, dotado de razón y libertad, no de cualquier ser o individuo, sino de un ser humano, con un nombre, apellido, edad, sexo, historia, relaciones afectivas, trabajo y situación social, que la hacen ser esa persona y no otra.

La persona de la cual hoy hablamos, es parte de aquel universo de personas que conocemos y que transitan con nosotros en el diario vivir; esas que comparten la historia y de la tierra que nos tocó vivir juntos. El hombre que vende el diario, la muchacha que nos atiende en la tienda de abarrotes, el chofer del bus, el profesor amigo nuestro, las secretarias de nuestra oficina, el lustrabotas, el desconocido que nos mira en el metro, la tía que nos crió, nuestra madre y muchos otros, son las personas a las cuales nos referimos.

Ellas están ubicadas, como todo lo que vive y está en la realidad, en un tiempo y en un espacio determinado, como dos límites claros y precisos que son vividos y percibidos por todos nosotros de muy distinta manera, salvo que queramos la locura o el desconocimiento de la realidad. El tiempo y el espacio, se transforman desde esta perspectiva, en dos categorías básicas de la existencia del “sentido de realidad”. Quién no lo tiene es porque ha perdido la noción de su propio tiempo y de su espacio. Pero lo que es mas dramático aún, es que ha perdido en gran medida la posibilidad de comprender el significado mas profundo del tiempo y el espacio de la historia que le corresponde vivir.

El ser fieles a las categorías de tiempo y espacio que nos corresponde vivir es quizá una garantía de un sano realismo. Y esto no significa desconocer la posibilidad de recrear el mundo con nuestra imaginación. Muy por el contrario. Ella se constituye en un rico alimento para la necesaria transformación de la realidad, partiendo desde ella, considerándola y no desconociéndola.

La imaginación nos puede llevar a lugares infinitos de riquezas descriptivas, de interrelaciones quizá jamás fantaseadas, a nuevas posibilidades de describir lo sentido y percibido a través de nuestros afectos y sensaciones. Pero, al mismo tiempo, esa misma imaginación, tan rica y creativa, nos puede llevar a un alejamiento de la realidad al desconocer, con toda la fuerza que posee, el tiempo y el espacio en los cuales nos movemos cotidianamente.

Por eso mismo la gran tentación de la recurrencia a la imaginación por parte de los seres humanos sea, posiblemente, el poder que ella tiene para tentarnos a dar el salto hacia mundos desconocidos y extraordinarios, con la certeza de que en cualquier momento podemos volver a nuestra realidad. Basta “abrir los ojos” para reencontrarse con lo que a veces es una dura realidad. Ella puede ser una poción mágica, un elixir, una tentación permanente, un llamado a lo desconocido, a la aventura, al romper con la trivialidad de la vida diaria. La imaginación puede, por lo mismo, ser un refugio para escapar de la realidad que a tantas personas en el mundo les resulta muy difícil de aceptar. Refugio que no necesariamente es bueno o malo, sano o insano, por si mismo, sino en la medida que nos puede ayudar a crecer y desarrollarnos como personas que aprenden a vivir felizmente considerando su propio tiempo y espacio, es decir, su sentido de realidad.

Por ello lo que pedagógicamente es importante es que esta imaginación se conecte de manera constante con el tiempo y el espacio tanto del alumno como del profesor, que viven la estrecha relación de la acción pedagógica. El cómo buscar la armonía entre la imaginación de los actores educativos, llena de posibilidades (cuando se le utiliza en la acción pedagógica) y el tiempo y espacio de los mismos, que además traspasa todos sus actos, palabras y sentires, es un desafío educativo enorme, que nos podría facilitar el avanzar mas allá de la realidad, hacia mundos con los cuales poder construir nuevas formas de convivencia en una institucionalidad educativa cada día mas acorde con el mundo que nos toca vivir.

De ahí también la necesidad de que la escuela asuma el desafío de desarrollar la capacidad que tienen potencialmente los alumnos y profesores de contactarse con sus procesos básicos, con sus pulsiones mas íntimas y privadas, no solo intelectuales, para abrir espacios pedagógicos a la subjetividad e ínter subjetividad de las relaciones humanas en la escuela, tan poco preciadas por los tecnócratas de la educación. Puede aparecer injusta una afirmación de este tipo, pero de hecho, en los hechos que tanto gustan a los pragmáticos, la subjetividad siempre es relegada a un segundo o tercer ámbito de prioridades pedagógicas. Ella debe quedarse estancada o suspendida mientras nuestros jóvenes alumnos compiten para poder desarrollar mejor sus capacidades intelectuales y poder rendir así mejor sus pruebas nacionales de evaluación, tan homogeneizadas, tan poco respetuosas de la diversidad y del espíritu humano. Es preciso romper las barreras de los estándares nacionales e internacionales, para prestigiarnos, para dar cuenta a los organismos internacionales, para sentir que lo estamos haciendo bien. La felicidad, el sentir dicha, la esperanza, los temores, las frustraciones por parte de nuestros alumnos, no pueden ser medidas y por tanto deben ser eliminadas de la faz pública de la pedagogía.

Lo dramático de todo esto es que ya en los tiempos de estudiante de pedagogía los viejos profesores nos hablaban de estas cosas y poco o mal las comprendíamos. Sólo ahora, con el avance notable de una tecnología deshumanizada, nos damos cuenta que el mundo subjetivo está eliminado de nuestras salas de clases, como lo está también, en una gran medida, la vida del espíritu. ¿Hace cuanto que nadie habla del espíritu a nuestros jóvenes? Es un tremendo vacío que observamos en todos los sistemas educacionales, mas preocupados de los métodos de la vieja lectura y escritura, de de sus contenidos trascendentes. Lo importante, para aquellos que deciden y que obviamente no son educadores, es superar, y he aquí la contradicción, estándares supuestamente educativos.

No obstante ello es necesario seguir insistiendo (como la incansable ola que orada la roca), en la necesidad de replantearse el mundo educativo. Desarrollar la intuición es una de las cosas especiales que debemos intentar en este replanteamiento global y profundo. Enseñar a los niños a intuir es enseñarles a describir los fenómenos de la realidad, la captación de las cosas esenciales, las relaciones más íntimas entre los seres, el devenir del universo, la presencia de una energía amorosa que en forma de espíritu está entre todos nosotros, descubrir sus propios procesos de vida y sus propios tiempos. La intuición rompe los paradigmas cartesianos actualmente vigentes, ya que ella supone una conexión profunda entre el mundo de los hechos y la subjetividad que le puede dar sentido a esos hechos.


El rol del cuerpo en la acción pedagógica: medida de lo posible e imposible

Sin duda que habrán múltiples posibilidades de respuestas a estos planteamientos de integración entre el mundo imaginativo y el mundo cotidiano, pero creemos que hay una que está en el centro de nuestras preocupaciones: nos referimos al hecho de resituar y valorar el cuerpo en la acción pedagógica, como uno de los caminos mas expeditos para llegar a la constitución de esta armonía (que nosotros llamamos “pedagogía del silencio” y que por el momento dejaremos pendiente).

El cuerpo es aquella parte nuestra que nos permite el mas profundo contacto con la realidad, ya que él es, por la certeza que nos da el sentido común, nuestra mas pura realidad. El cuerpo es, en lo esencial, el lugar desde donde se radica y emerge nuestro tiempo y espacio existencial. Nada más seguro, para darnos cuenta del paso del tiempo, que los cambios físicos que se dan en nosotros, del lugar que ocupamos y entre los cuales nos movilizamos. Tener conciencia de nuestro propio ser a través de su cuerpo y su inserción entre otros objetos del mundo es la experiencia radical del tiempo y el espacio desde los cuales vivimos.

El cuerpo, por lo mismo, no es una cáscara vacía, ni un límite preciso entre el mundo interior y exterior, pues también en él radica nuestra conciencia, que es abierta e intencional (y en este caso no existiría conciencia de nada). En la percepción que cada uno de nosotros tiene sobre si mismo, ese límite no se puede distinguir con claridad ¿Cual es el elemento límite entre mi mundo interior y el exterior? ¿Cuando siento dolor en mi piel, éste se ubica en el mundo externo o en mi mundo interior? ¿Donde está el límite claro entre estas realidades, que durante tantos años la filosofía cartesiana nos hizo considerar como dos mundos distintos y fácilmente distinguibles?

Hoy día no se valoriza el cuerpo en la acción pedagógica. Después de muchos años de constituir y desarrollar una pedagogía basada en la lectura, la escritura y el cálculo de algunas operaciones básicas, las escuelas intentan ser “modernizadas” (es decir, ponerlas al día), introduciendo sistemas de medios audiovisuales o computacionales. Para esto se hacen esfuerzos de inversión enormes en los países más pobres, especialmente en aquellos que siguen los modelos del desarrollo de los países mas avanzados económicamente o que han tenido éxitos en estas materias. Se continúa, no obstante, fortaleciendo una cultura escolar intelectualista, de carácter cartesiano, que contempla básicamente el crecimiento intelectual de los niños y jóvenes del sistema dejando, en la práctica, de lado la preocupación por las dimensiones de la vida afectiva o sicomotora de esos mismos alumnos.

Los alumnos son entendidos como receptáculos vacíos a los cuales hay que llenar de contenidos; se supone que son como conciencias vacías a las cuales se les introducen estímulos para que ella realice ciertos procesos que tendrán por resultado respuestas hacia el medio. Es una concepción mecánica de las relaciones entre un mundo interior y otro que es concebido como externo al estudiante. En este juego, el cuerpo no tiene cabida, pues su protagonismo activo produce perplejidades en un sistema escolarizado desde una perspectiva netamente intelectual. El cuerpo nos recuerda que las personas de nuestros alumnos son mas que simples inteligencias, sino que ellos, con su simple actividad física normal, rompen los esquemas de la acción pedagógica tal cual hoy la concebimos, es decir, un profesor traspasando contenidos a una conciencia concebida como un receptáculo en el cual pueden caber un número de ellos, determinados de antemano en los planes y programas de estudios oficiales (del Estado o del propio establecimiento educacional).

Darle importancia al cuerpo en la acción pedagógica, es romper con la cultura escolar que hoy impera en nuestras escuelas, dedicadas especialmente a instruir niños para su ingreso a la educación media y posteriormente a la educación superior. Pocos son los técnicos, intelectuales o profesionales de la educación que piensan en una educación básica (o primaria), cuya continuidad podría ser el mundo del trabajo, el mundo del hacer.

Por lo mismo, el paso de la educación parvularia (o pre escolar) a la educación básica, es casi siempre un proceso traumático para el niño. Recién acostumbrándose a trabajar pedagógicamente con la imaginación, con el cuerpo y la afectividad, pasa a un sistema escolar rígido, en el cual es posible encontrar una serie de normas que evidentemente no ayudan al desarrollo de estas formas de expresión humana, tan enraizadas en el uso del cuerpo. Se elimina paulatinamente la posibilidad de que los alumnos continúen trabajando sus dimensiones motrices, ya que lo fundamental es que aprendan lo antes posible a leer y escribir, a calcular y socializar ciertos símbolos, hechos y fechas de aparente importancia social y cultural.

Nada queda para las cuestiones que realmente podrían interesar en la vida futura de ese niño, como niño y como posterior joven y adulto: saber el distinguir y nombrar a los árboles y plantas, los pájaros y animales, a las rocas y piedras con las cuales deberá convivir en un mundo equilibrado; saber comprender algunas cuestiones básicas de respeto, disciplina, y sabiduría social; saber hacer bien los trabajos que emprendan; conocer el potencial de su imaginación creativa; despertar la curiosidad por la investigación; fortalecer la voluntad y el carácter, etc. Toda la escuela gira en torno a una intelectualidad vacía, que en nada aporta al crecimiento de ciertas competencias que el mundo de hoy y del futuro reclamará del sistema educacional y sus egresados.

De ahí las importancia de recurrir pedagógicamente al cuerpo como un instrumento privilegiado de conocimiento y comprensión de la realidad. El cuerpo, ya lo hemos dicho, nos permite acercarnos a las nociones básicas de tiempo y espacio, que son las dos categorías esenciales de comprensión del mundo que nos rodea y de una sana comprensión de nosotros mismos.

Más aún, el cuerpo se constituye, querámoslo o no, en un instrumento fundamental de los aprendizajes sociales que durante toda la vida, pero especialmente durante la niñez, desarrollamos en la configuración de la construcción de nuestro mundo circundante y entorno en conjunto con los otros que nos rodean. De ahí la importancia de enseñar a valorar en el niño su propio cuerpo, con sus propias limitaciones y características, ya que es desde ese cuerpo como el niño irá construyendo su auto imagen y en gran medida su propia autoestima.

El cuerpo será, por lo mismo, un referente permanente en la vida del ser humano, no sólo por la situación de que lo acompañará hasta el momento de su muerte, sino por el hecho de que éste se constituirá en parte del modelo que construyamos de las relaciones espaciales que guardamos con los semejantes y el mundo. La intimidad o no de la misma, por ejemplo, estarán dadas por el manejo de nuestro propio cuerpo y su ubicación espacio temporal en relación a los demás. Es así como las diversas culturas tienen manejos distintos del cuerpo y de los espacios que le son privativos o públicos.

La escuela marca de una manera importante, como institución social, la forma en la cual nos relacionamos con los otros en el mundo del espacio y del tiempo, no sólo físico, sino también social. La escuela, como institución socializadora de cultura trasmite, junto a otros agentes sociales, los valores y actitudes que tenemos frente a nuestro cuerpo y el de nuestros semejantes.

De ahí también la importancia que adquiere el manejo del espacio pedagógico en la sala de clases, pues no es lo mismo trabajar con una u otra forma de ordenamiento espacial, ya que los modelos sociales implícitos de relaciones interpersonales que se dan en tal o cual manera de ordenar el espacio, ayudan a desarrollar las formas que el niño adquiere en sus interrelaciones personales frente al mundo y los otros.

De ahí la necesidad de prestar atención, en una pedagogía del silencio, a la enseñanza del respeto por el cuerpo, el espacio y el tiempo del otro como del mío propio. Una pedagogía del silencio implica esta noción básica, muy concreta, que es preciso siempre tener en cuenta. El cuerpo es un bien que debemos atesorar y cuidar de manera permanente. Es por eso que el silencio o las acciones del ser humano deben realizarse en contextos de libertad que nos permiten las condiciones y características de nuestro propio cuerpo, respetando el derecho que el otro tiene sobre el suyo. Por lo mismo la importancia que tiene el respeto hacia el cuerpo del otro en lo que hoy conocemos como “los derechos humanos”.


La pedagogía del silencio, como base del desarrollo de la capacidad de diseño.

No dejo nunca de asombrarme como se van entretejiendo las diversas ideas que han conformado este libro a través de los años. Ideas sueltas, deshilvanadas, que al comienzo aparecían como inconexas entre si, a medida que pasan los días van tomando cuerpo en una intuición básica, esencial, como lo es la captación en la conciencia de que el hacer, el trabajo, el hacer con las manos y con el cuerpo, es casi lo mismo que el silencio o están entrelazados de tal manera que es difícil distinguirlos con precisión en un momento preciso de la existencia, más allá de lo propiamente conceptual.

Cuando la persona se disciplina en un trabajo, presta atención efectiva a lo que hace, dedica su cuerpo y alma a su obra, es el momento en el cual la conexión entre la persona, el hacer y la obra están recubiertas y penetradas por el silencio, que acoge y protege al trabajador o al creador. Es así como me imagino el quehacer pedagógico. El logro del silencio en la obra, en el trabajo pedagógico, en el desarrollo personal, es el gran objetivo de toda pedagogía. En la medida que logremos que el silencio penetre en el alma y en las manos del que hace las cosas, estaremos introduciendo sentido y trascendencia en la pedagogía, tanto en arte de enseñar como en el proceso de aprender y desarrollarse.

Por eso, en las próximas páginas intentaré trabajar lo más claramente posible estas ideas pedagógicas que han tenido una preparación larga para llegar a ellas.


1. Lo primero es lo primero

Quisiera resumir un esquema del conocimiento, para comprender los efectos pedagógicos de la enseñanza, y que he trabajado en este último tiempo con profesores en ejercicio. Lo exponemos a continuación y lo explicamos posteriormente:

Sensación, Percepción, Imagen, Idea, Juicio, Raciocinio, Descripción, Intuición,  Afectividad

Continuación del ciclo, considerando la AFECTIVIDAD como elemento gravitante en el aprendizaje.

Este esquema del proceso del conocimiento se explica por el simple hecho de que todo conocimiento comienza desde la sensación misma, es decir, de la simple aplicación de los sentidos a la realidad que circunda al individuo cognoscente (el sujeto que conoce). Este simple contacto entre los sentidos y la realidad, es lo que produce la sensación, que así vista, es la unidad básica de todo conocimiento humano. Sin ella no existiría conocimiento más complejo o como algunos lo dicen, no existiría ningún tipo de conocimiento.

El origen del conocimiento del hombre, en la práctica, es la sensación, aquel elemento mínimo de contacto que existe entre la aplicación de nuestros sentidos y la realidad que nos circunda y envuelve. Somos seres “sintientes” desde nuestros primeros días, pero sintientes en el sentido más original del término: inicialmente sentimos no con sentimientos, afectos o percepciones, que necesitan un cierto mayor grado de elaboración, sino que sentimos con la simpleza y profundidad que significa poner en marcha la potencialidad de nuestros sentidos. Es decir, somos en un comienzo pura sensación.

Sólo después, cuando el organismo se afirma y se constituyen otras instancias más elaboradas de conocimiento o contacto con el mundo, los sentidos comienzan a perder su centralidad, recubriéndose de imágenes, ideas, juicios e inteligentes raciocinios.

Los sentidos quedan olvidados detrás de las palabras, quizá porque ellos nos asemejan mucho a nuestros hermanos los animales. El hombre prefiere recubrirse de palabras, que lanza sobre si mismo y los demás, para así olvidar su modesto origen animal. Las palabras lo protegen, lo recubren bajo una gruesa malla de acero y se relaciona con los otros con esas mismas palabras, ya no tratando de relacionar su ser más íntimo con otra intimidad, sino poniendo entre ellos (ya casi de manera natural y cotidiana) esta coraza de acero, que sólo permite relacionar su “ser recubierto” con otros “seres recubiertos”.

El uso de los sentidos, por lo tanto, nos espanta. Nos deja sin coraza, sin protección, sin los espacios y tiempos que estas mismas corazas han ido construyendo al pasar de la historia. Los sentidos nos ponen en contacto con la realidad misma. El tiempo y el espacio, percibidos a través de las manos, nos pone en contacto directo con la realidad, con la dura realidad en la cual nos corresponde vivir corporalmente.

Pero no nos adelantemos. De la sensación, unidad básica de todo conocimiento, surge la percepción como una modalidad más compleja del conocer. Ya no es una simple sensación sino un conjunto de ellas, que configura una unidad global, que adquiere un sentido en la comparación misma que se puede hacer, al interior de ella, de una forma (que se releva como destacada) y un fondo que la acoge, actuando como el telón de fondo de dicha forma o formas. Es lo que se denomina la teoría de la Gestalt, de una globalidad que posee a lo menos una forma y un fondo, percibidos en el mismo instante, pero distinguibles entre sí.

La percepción, a semejanza de la sensación, se hace realidad en un tiempo y un espacio determinado, en el cual el sujeto que conoce (cognoscente) no tiene ninguna otra posibilidad que aceptar los datos inmediatos que le dan sus sentidos. Sensación y percepción, hermanas de naturaleza pero lejanas en sus niveles de complejidad, son las que nos dan a conocer las nociones de tiempo y espacio, categorías básicas de toda realidad y todo conocimiento de la realidad. Sin ellas, la realidad no sería una posibilidad para la existencia cognoscente de la persona.

Después de ellas y avanzando en el proceso del conocimiento, se levanta con fuerza la imagen que no es sino la presencia de la percibido pero en nosotros mismos, a modo de fantasmas de la realidad que se nos hacen presentes en nuestra propia conciencia en momentos muy distintos a los momentos del Presente. Aquí la imagen se presenta en su propio mundo, es decir, el mundo de la Imaginación. En otras palabras, en la capacidad que tiene la persona de hacer vivir las imágenes en el tiempo pasado (memoria) o en el tiempo futuro (fantasía).

La diferencia entre la Imaginación (y sus contenidos de imágenes diversas) y la Sensación-percepción es que ambas están ubicadas en espacios de tiempos distintos, con presencias más reales (sensación, percepción) o más virtuales (imagen). Eso las caracteriza de manera ineludible y las diferencia a ambas de manera bastante tajante, aunque en la realidad cotidiana se presenten muchas veces de manera indistinta. De ahí la confusión que a menudo se produce entre el sentir y el imaginar en la vida cotidiana, como también y del mismo modo se confunde la sensación, la imagen con la idea, que puede adquirir y desarrollarse en unas dimensiones espacio temporales diferentes a las anteriores.

De ahí la importancia de distinguir en todo proceso pedagógico los énfasis que se ponen en la acción didáctica en uno u otro elemento de este esquema de conocimiento. Es muy distinto acentuar un énfasis en la enseñanza de las ideas (como sería el caso de la focalización en la lecto escritura) o incentivar el trabajo descriptivo (descripción), ya que en ambos casos los énfasis didácticos estarán puestos en distintos procesos y materiales de enseñanza. De la misma manera puede darse un caracterización distinta del proceso de enseñanza-aprendizaje si el educador pone el énfasis en el “hacer” por parte del alumno, utilizando para ello, inicialmente, la sensación-percepción, como paso inicial a un proceso constructivo mayor (hasta llegar a la capacidad de diseño).

Por eso a continuación explicaremos este esquema con un ejemplo que trabajé hace algún tiempo atrás en una Escuela de La Legua, comuna de San Joaquín, Región Metropolitana:

El ejemplo dice así: imaginémonos a un alumno, de los primeros años de enseñanza básica. Lo ponemos frente a varias alternativas que describimos a continuación y le damos la siguiente instrucción: “diseñe y construya en dos horas, con lo que tiene adelante (madera, papel y lápiz, libro, computador) un caballo negro”.

a) Alumno(a) frente a un gran trozo de madera: este alumno debe enfrentarse a una realidad material, para descubrir en su interior el caballo negro que ella encierra. Debe, por lo tanto sacar toda la madera sobrante, hasta llegar al caballo negro imaginado previamente por él, pues se supone que hubo en su mente una preimagen o imagen previa del caballo negro que quería descubrir en el trozo de madera que tiene frente a sus ojos. Y ese trabajo, de despeje de la madera sobrante, por decirlo de alguna manera, lo debe hacer con sus manos, ayudado por las herramientas o máquinas que considere necesario utilizar. La madera, guarda por lo tanto, en si misma, un espacio para el caballo, el cual debe ser hecho en un tiempo determinado (dos horas). El alumno se ve limitado a un tiempo y un espacio limitado. Debe aprender a manejarse con ese tiempo y ese espacio, que constituyen, ni más ni menos, que la realidad misma, su realidad. El pedazo de madera y el caballo que debe descubrir en ella lo someten a un desafío del cual, seguramente saldrá fortalecido en su sentido de realidad. La imaginación, en este caso, debe cristalizarse en un tiempo y espacio limitado, acotado, a los estrechos márgenes de la realidad que le corresponde y no otra. Esto permite preparar a los alumnos de manera progresiva, hasta llegar a su más alta capacidad de abstracción posible, para permitirles tener capacidad de diseño.

b) Alumno(a) frente a un papel en blanco y lápiz. Observemos ahora a otro niño, dispuesto a dibujar un caballo negro en las dos horas que tiene disponible. Sin duda que el trabajo que tiene que realizar, en este caso, es menor que en el ejemplo de la madera. Aquí puede dibujar, errar de acuerdo al diseño inicial, borrar, corregir y seguir adelante con su tarea, de manera repetida. La máxima imposición que le impone la realidad es, sin duda, el manejo del espacio “estético” por llamarlo de alguna manera, para el cual debe utilizar su motricidad fina, su sentido estético y una buena observación de la realidad (si es que quiere hacer un dibujo realista y no uno simbólico o figurado). Sin duda que la oposición de la lámina blanca y el lápiz es menor que con la madera, pues bello o no, el caballo negro que dibuje siempre será un caballo negro, por deforme o feo que éste sea. En el caso de la madera, un golpe demás o excesivo del formón, cincel o martillo puede significar que vuele la cabeza, una pata o sencillamente se desestabilice la forma de todo el caballo, dejando de serlo. En este ejemplo el nivel de dificultad de logro aparentemente pareciera ser menor. Para el caso que nos interesa, el tiempo sigue siendo el mismo que en el otro ejemplo (dos horas), pero el manejo del espacio cambia radicalmente. Es en éste caso un manejo más cómodo, con la posibilidad de errar y que además, el caballo siga siendo un caballo.

c) Alumno(a) frente a la posibilidad de leer o escuchar un libro de cuentos sobre caballos. En este caso el niño debe leer, con dificultad o sin ella, un trozo e imaginar un caballo. O escuchar un cuento e imaginar el caballo negro, el cual puede adquirir en su mente miles de formas distintas, movimientos y colores, estar en situaciones diversas y combinarse con otros caballos del mismo o distinto color o forma. La imaginación aquí no tiene límites de espacio y tiempo. Cada caballo imaginado es propio de aquel que lo imagina y puede darle tantos tiempos y espacios como lo considere pertinente. La imaginación no tiene límites; la limita sólo la capacidad creativa e innovadora de aquel que la utiliza. Ella es una gran compañera de los sueños sobre el presente, el futuro, y el pasado, pero una mala consejera al momento de enfrentarnos a la modificación de la realidad o nuestro espacio propio dentro de la misma realidad, especialmente cuando se nos escapa de las manos, se descontextualiza, deja de ser parte del “realismo mágico” como el que se construye desde el Macondo de Gabriel García Márquez. La imaginación, por lo tanto, si no tiene contacto con la realidad, con espacios y tiempos acotados, puede llegar a ser una especie de droga alucinógena, para escaparnos de la realidad, viviendo sólo vidas imaginarias. Por eso no es buena dejarla sola, salvo para cuando decidamos crear nuevos mundos de manera intencional y consciente, como lo haría un escritor. Ella necesita del espacio y del tiempo para no aislarse de la realidad. Ella necesita de la materia para ser “una imaginación productiva”, para convertirse realmente en “capacidad de diseño real” y no solo capacidad de diseño imaginada. Por eso el trabajo con las manos, que nos conecta con nuestro propio cuerpo, sus límites espacio temporales y sus potencialidades es importante en toda tarea pedagógica inicial que esté dirigida a desarrollar una capacidad de diseño realista en nuestros niños y jóvenes. Si logramos unir cuerpo e imaginación, sensación e imágenes, en un todo integral, éste se convertirá en un motor de gran potencia.


d) Niño frente a computador: éste debe construir o encontrar un caballo. Partamos de la base, por los avances que se tiene en la implementación de las herramientas computacionales en nuestro sistema educacional, que los niños ya saben manejar o conocen medianamente el manejo de una computadora y todas las potencialidades que están a su alcance, por supuesto. Aquí el niño no necesita construir un caballo; para él es mejor ir a un CD en donde se ofrezcan variadas imágenes de caballo y elegir una de ellas, combinarla, modificarla o sencillamente copiarla del original. La imaginación puede ser una muy buena consejera en estos casos. Ella puede trasladar este caballo donde y como quiera, sin los molestos límites de la realidad cotidiana. El niño puede navegar con soltura por estas posibilidades que cada vez se ensanchan más y más. Creado en un mundo virtual, como lo explicamos más adelante, este caballo tiene infinitas posibilidades de cambio y de ubicación espacio temporal. Nada le limita, salvo la capacidad de los propios programas computacionales. En este sentido, es más limitado que la imaginación de la lectura o del escuchar un cuento, en donde la imaginación puede volar libremente por “los espacios de la imaginación”, pero mucho más ilimitado si lo ponemos frente al hecho del manejo o construcción con una materia y con nuestras propias manos o herramientas.

Las posibilidades que se abren son infinitas y quizá por ello el mundo de la computación es tan cautivante y motivador para los niños y jóvenes que ven en esta herramienta la posibilidad cierta de hacer coincidir las propias tendencias imaginativas propias de la edad, con una realidad virtual que se asemeja de alguna manera a esta capacidad de crear nuevos mundos imaginados. La realidad no nos representa un obstáculo, ni nos es molesta con sus tiempos y espacios limitados, sino que tenemos el mundo de lo imaginario a nuestra disposición, lo podemos construir con imágenes que después vemos y observamos (a diferencia de las imágenes que están sólo en nuestra imaginación y que por lo demás se desvanecen prontamente). Aquí guardamos las imágenes imaginadas, en un disco duro, al cual podemos recurrir cuando queramos, sin pasar por la molestia del trabajo personal para imaginar.

Hemos descubierto un nuevo mundo: lo virtual

Podemos afirmar con certeza, después de analizar nuestro ejemplo, que mediante el avance tecnológico de la computación hemos creado un mundo distinto al mundo real de lo cotidiano (no necesariamente en contraposición), aquel viejo y siempre presente mundo de las categorías del Tiempo y del Espacio. Este, "el mundo de lo virtual", es un mundo quizá nunca imaginado, ni aún con la inocente influencia de la imaginación radial o de las imágenes televisivas. Como bien dice Pierre Lévy "con todo rigor filosófico, lo virtual no se opone a lo real sino a lo actual: virtualidad y actualidad sólo son dos maneras de ser diferentes". Esto nos plantea el tema de cómo, por lo tanto, engarzamos esta virtualidad (fuerza, potencia) sin que el mundo de lo espacio-temporal cotidiano que se vive al interior del sistema educacional pase a ser letra muerta (aunque algunos creen que podría ser eso, si es que no se toman medidas remédiales a las tendencias actuales) sabiendo que en él existe la potencialidad de lo virtual. La medida pedagógica más eficaz es el no dejar que los alumnos vivan el mundo de lo virtual como un mundo separado del tiempo y el espacio real. Lo virtual y el sentido de realidad deben unirse en la acción pedagógica que tiene por objetivo la formación integral del alumno.

Es preciso centrarse en la realidad actual del alumno real que tenemos frente a nosotros, para desde ahí, con un mínimo sentido necesario de realidad, que lo proporciona la conciencia del tiempo y el espacio, adentrarse paulatinamente hacia otras esferas de la realidad en la cual encontramos, entre otras, lo virtual tecnológico contemporáneo, pues lo virtual artístico o tecnológico más tradicional existió desde siempre. Leonardo da Vinci, es un exponente claro de la creación de lo virtual, sin computadora ni Internet, basado en la observación, en la experimentación dentro de los límites de los tiempos y espacios reales y en la imaginación creativa, y sin duda alguna, en la materia prima de su propia capacidad de diseño, surgida, sin duda, de su trabajo con las manos. Sólo quizá que le tomó más años que si hubiese contado con los avances tecnológicos contemporáneos, ya que su velocidad de "armar relaciones conceptuales e imágenes" habría sido mucho mayor y sus efectos aún mas fecundos.

Por eso es bueno enseñar a nuestros alumnos que desde el contenido de la realidad y sus posibilidades (sea cual sea la naturaleza de la misma), es mucho más probable desentrañar los potenciales que ella tiene. Esta es, no obstante, una línea que no se topa con lo virtual, ya que éste es un mundo distinto de lo real (lo actual y lo potencial son dos etapas de una misma realidad: la semilla y el árbol, por ejemplo), que manejando tiempos y espacios virtuales logra crear un mundo distinto. Los juegos para computadoras, los miles de programas de diseño, las múltiples alternativas de "comunicación" entre personas que jamás se tocarán o se verán en tiempos y espacios reales (el chatear, muchas veces, no tiene objetivos precisos, salvo “el decir”, por necesidad de comunicación) son, entre otras, partes del mundo virtual que hemos creado y que se transforma en un peligro en la medida que no enseñemos a nuestros niños a valorarlo como lo que es: un mundo virtual, que de alguna manera incita a perderse en sus tiempos y espacios virtuales, por sobre o distintos a la realidad-real de lo cotidiano.

La necesaria recurrencia pedagógica al cuerpo.

Frente al mundo computacional se sigue levantando el cuerpo como sustento y base alternativa de una enseñanza realista, que no niega la imaginación ni la creación de mundos virtuales, sino que la hace fecunda desde sus inicios, si por ello entendemos que ayuda a que el alumno tenga capacidad de enfrentarse a la realidad. Nos referimos en este caso al cuerpo, que nos acompaña siempre, como también al reconocimiento que es desde el mismo y sus procesos concomitantes (como los afectivos, intelectuales, imaginativos, sensorio motriz, etc.), desde el cual creamos estos mundos virtuales. Son estos mundos virtuales los que debemos manejar y dominar, para que ellos no se transformen en los leviatanes bíblicos de la actualidad (Job, XL, 20), superando con ello al Estado del Leviatán de Hobbes.

El reconocimiento de mi propio cuerpo, es la toma de conciencia de mi ser como un todo integral; una persona con un universo único e irrepetible. Ese reconocimiento debe comenzar por las sensaciones originales del conocimiento y los afectos, para pasar posteriormente hacia el mundo de las percepciones de carácter más gestáltico, desembocando luego en la imaginación (fantasía y memoria), para derivar posteriormente en la conformación de las ideas o conceptos, los juicios y los raciocinios. Este proceso tendrá solidez en la medida que el recorrido se haga de manera integral, no necesariamente en un sólo momento, pero sí que preserve el necesario equilibrio entre todas las etapas de un proceso de conocimiento integral. El exceso y énfasis en una de ellas puede tergiversar la formación integral que se necesita proporcionar a nuestros alumnos.

La urgente vuelta a los orígenes de la educación básica.

El sistema escolar en estos últimos siglos, como parte de una cultura racionalista propia de la modernidad, nos lleva a un olvido aún mayor de los sentidos. Tanto es así que toda la educación ha estado dirigida a desarrollar una visión del hombre y del mundo dominada por el desarrollo del intelecto y consecuentemente, por el desarrollo de una escolaridad lecto-escritora.

Es preciso, a nuestro juicio, comenzar a “parvularizar” la educación básica, para llevarla a sus orígenes, quitándole el carácter intelectualista que ha asumido en estas últimas décadas. Ya no más tanta lectura, escritura y cálculo, en los primeros años de la vida educativa formal, con el fin de descifrar más fácilmente la cultura neoliberal y competitiva que nos corroe el espíritu, nos cercena nuestra capacidad de asombro y no nos da tiempo para la contemplación creativa o espiritual que requerimos para crecer como personas. Es preciso, hoy más que nunca, evitar despojar a la educación básica de las simples tareas manuales, del juego simple, de la observación de los fenómenos de la realidad, para describirla y gozarla. Es preciso que el niño aprenda a disfrutar con el conocimiento simple de la realidad, del conocimiento original, no conceptual; que el niño sepa describir los movimientos y seguirlos, en el “tiempo” o “la duración” que le es propia, como parte de su propia existencia cotidiana. Sólo de este modo sabremos formar personas que comprendan que todo lo otro que está fuera de sí mismo tiene un espacio y un tiempo distinto al mío, y por este simple hecho, lo debemos respetar por sus diferencias, las cuales nos convierten en seres diversos. La diversidad puede ser asumida sólo en la medida que tengo plena conciencia que el otro es otro, un ser distinto a mí, pero a la vez semejante en sus procesos vitales. Una pedagogía que respete la diversidad debe partir por el respeto del otro como persona.


El plantearse y resolver problemas reales: una metodología estimulante de la lectura, escritura y el cálculo.

Problematizar la realidad es hacerle preguntas inteligentes a la misma, es decir, saber distinguir y clasificar las distintas variables que la componen, para relevar hipótesis sobre sus relaciones, dimensiones y sentidos. Por eso en el enseñar a diseñar un problema, la realidad es siempre un buen estímulo intelectual para el niño. Si a esto agregamos que el desarrollo de la capacidad de problematizar la hacemos en torno a desafíos prácticos que es preciso resolver operativamente, mucho mejor aún. Si al niño lo ponemos frente a problemas que resolver, su interés por leer acerca de y escribir para expresar lo descubierto o no descubierto o sencillamente calcular lo que es necesario calcular, acrecienta su motivación por la lectura y la escritura. Creemos que siempre este camino pedagógico tendrá un mejor resultado para la lectura, escritura y cálculo que introduciéndolos directamente en una concepción teórica sobre las mismas. La práctica de problemas reales estimula y motiva siempre a querer averiguar y expresar, pero por sobre ello, nos fortalece el trabajo de la voluntad, de la perseverancia y la consistencia en la acción diaria.

Nuestra apuesta es que una pedagogía del hacer ayuda, fortifica y endurece las motivaciones más profundas del niño hacia la lectura, escritura y el cálculo. No se trata, por tanto, de desdeñar la lectura y la escritura y el cálculo, sino de enseñarlas a través de una metodología pedagógica apropiada a la edad de los niños, a la etapa del descubrimiento, del desarmar y armar, de preguntarse e interrogarse con asombro.

El conocimiento integral de si mismo y la capacidad de diseño (manejo del pensamiento alternativo).

Por eso consideramos tan importante que el niño sea el primer objeto de su propio conocimiento. Conocerse a sí mismo, es la tarea básica de una pedagogía que quiera desarrollar integralmente a la persona de nuestro alumno. No sólo en sus aspectos intelectuales, sino en todas sus dimensiones. Más aún creemos que es importante que el niño conozca desde los orígenes mismos, es decir desde el conocimiento sensitivo, hasta avanzar progresivamente, hasta los niveles más altos de abstracción.

Para ello considero eficaz utilizar la meta cognición como instrumento pedagógico que permite al niño conocer de si mismo todos los aspectos que lo configuran como persona. Su sicomotricidad, su sensibilidad, su capacidad de escuchar y de silencio, sus emociones básicas, su corporeidad, sus sentimientos, su capacidad de juicio y raciocinio, sus relaciones con los otros, los efectos que éstas tienen sobre si mismo, son todos procesos que deberían caer bajo la atenta mirada meta cognitiva del niño y del joven.

La meta cognición nos impulsa a conocer los procesos mediante los cuales conocemos y de manera muy especial como pensamos, ya que querámoslo o no, el pensamiento tiene una fuerza desequilibrante de la persona en nuestra cultura. El niño debe, en términos muy realistas, conocer sus formas de conocer y pensar. Debe darse cuenta del potencial del pensamiento, como del potencial de otros aspectos de su personalidad. Pero en el caso del pensamiento debe tener conciencia de que existen formas distintas de pensar y enfrentar la realidad.

La cultura moderna nos centró en un tipo de pensamiento lineal, siempre relacionado con estructuras de causa-efecto, de mayor y menor, de positivo y negativo, de arriba y abajo, de derecha o de izquierda, en otras palabras, un tipo de pensamiento que nos polariza la realidad en términos muy cartesianos (cuerpo y alma separados). La cultura del pensamiento no se caracteriza sólo por el predominio del pensamiento, sino por el predominio del pensamiento lineal, que es una sólo una forma de pensar y no todas.

De ahí que necesitemos, para el desarrollo de un verdadero cambio educacional, acorde con una época de profundas mutaciones, un tipo de pensamiento que sea más dúctil y flexible que el pensamiento lineal. Muchos, hoy hablan del pensamiento alternativo o divergente, para señalar un tipo de enfrentamiento intelectual a la realidad que no sea el tradicional pensamiento lineal de causa efecto. Con ello se estaría logrando miradas multivariadas y multifocales sobre la realidad, uniendo en este intento lo que Ortega y Gasset denominaba “el perspectivismo”, como una forma de explicar que nuestras percepciones sobre un mismo objeto de la realidad son diversas por las perspectivas en las cuales nos ponemos frente a ese mismo objeto.

El resultado pedagógico de un pensamiento no lineal, es sin duda un desafío para el profesor, acostumbrado a trabajar con las verdades ya hechas, y no construidas por sus alumnos. La única perspectiva válida, o la más valida, es aquella que nace de la estructura y contenido de conocimiento que posee el profesor. Por eso también la facilidad con la cual se aplican las pruebas de evaluación mediante cuestionarios de verdadero o falso, alternativas múltiples o completación de frases, ya que todas ellas suponen una verdad, la que detenta el profesor.

La idea de construir un conocimiento a partir del desarrollo de problemas y del descubrir y/o construir las verdades está muy lejana de nuestras prácticas pedagógicas, pero aún mucho más retirada del pensamiento pedagógico que se trabaja cotidianamente en el país. Por eso la necesidad de repensar el tipo de pensamiento que desarrollamos con nuestra acción pedagógica en nuestros niños, y ver si ello es útil para el desenvolvimiento de la capacidad de diseño que el país necesita de manera tan urgente para su crecimiento.

Gabriel de Pujadas Hermosilla


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